Todos. Con pequeñas cosas. Casi siempre sin darnos cuenta. Con lo que somos, lo que hacemos, lo que decimos. Todos. Hoy te cuento una pequeña historia, que en su día me impresionó, y que me parece importante porque la sigo recordando y sigo volviendo a ella tiempo después.
Algo insignificante en apariencia pero que por alguna razón me conmovió profundamente y que todavía hoy me emociona.
La historia fue esta: Estaba este invierno en la sala de espera del ambulatorio y llegaron una mujer mayor en una silla de ruedas y su cuidadora. Se sentaron junto a mí. Teníamos enfrente un cartel de concienciación contra la violencia de género que rezaba: «Déjanos Escucharte, Déjanos Ayudarte». Hasta aquí nada extraordinario.
Al momento, la mujer de la silla de ruedas, empezó a leer en voz alta el texto del cartel: «Déjanos Escucharte, Déjanos Ayudarte» Ah, muy bien, muy bien, eso está muy bien.» Y su cuidadora sonreía. Al minuto y medio, vuelve a leerlo en voz alta: «Déjanos Escucharte, Déjanos Ayudarte» Ah, muy bien, muy bien, eso está muy bien.» Y al minuto y medio, otra vez.
Aquí ya es cuando me dí cuenta de que la mujer, además de ir en silla de ruedas, lo que tenía era Alzheimer o algo parecido (médico no soy, pero me entiendes) y que repetía las frases desde su memoria perdida y desde la vivencia del minuto que sólo existe en ese momento.
Pero esto no es lo que me emocionó y que incluso ahora mientras lo escribo me conmueve.
Esto sí: Entre frase y frase acerca del cartelito que leía una y otra vez, su cuidadora le acariciaba la cara y la tranquilizaba, y ella, desde su mente perdida le contestaba, «Gracias bonica, eres un sol». Así una y otra vez. «Gracias bonica, eres un sol». Ni una palabra de reproche, ni de enfado, ni de hastío. Sólo «Gracias, eres un sol, me cuidas muy bien». Y cosas así. Y estaban en paz, la una junto a la otra, acompañándose en ese vaivén de continuas frases repetidas.
La cuidadora una santa, y desde aquí mi más sincero respeto y admiración para todas aquellas personas que dedican su tiempo y su energía a cuidar a enfermos de alguna degeneración mental. Y claro que no es lo mismo estar escuchando durante diez minutos que el día entero, un día y otro día. No quiero endulzar para nada lo que debe suponer vivir con esta enfermedad.
Pero esta mujer, esta mujer que ya no se recordaba a sí misma, que había perdido sus recuerdos, su memoria reciente, esta mujer que algunos dirían ¿para qué sirve ya?, esta mujer tuvo una influencia tan grande en mí, que tengo que escribir sobre esto y compartirlo y no quedarmelo sólo para mí.
Me pregunté: ¿Cómo tiene que haber sido esta mujer antes de estar enferma, para que cuando ya no es ella, su esencia sea de bondad, de paz y de gratitud? ¿Sería una mujer amable y agradable, educada y cariñosa, y algo de eso se queda y no se olvida a pesar de la enfermedad? Ella ya no se esforzaba por ser amable, es que ya era así incluso sin ser ella.
Sólo atisbé diez minutos de su realidad, pero fue inspirador. Lo que queda de ella, cuando ella ya no está, es hermoso. Es amable. Es tierno.
A menudo asocio la enfermedad con estar enfadado, harto, irascible y amargado, no digo que sin motivo en muchos casos, pero quizá por eso me impactó tanto el descubrir esa chispa de gratitud y amabilidad en una situación a la que le tengo verdadero temor.
Ese día me dí cuenta de varias cosas:
1. Todos influimos en los demás, aunque sea de manera invisible.
Quien le iba a decir a esta mujer que hoy yo estaría escribiendo de ella y que tú lo estarías leyendo.
2. Quiero vivir de manera consciente y hacer lo posible para alegrar el día a día a los que me rodean.
Y seguir ofreciendo una sonrisa a quien me atiende en el supermercado, o un buenos días al vigilante de unos grandes almacenes, gente con la que te cruzas y con la que no tienes ninguna relación ni vínculo de ningún tipo. Lo que suelo hacer por educación o porque me sale natural, pero haciéndolo pensando en que quizá ese gesto es justo lo que alguien necesita en ese momento.
3. Estar atenta vale la pena.
Pasan cosas maravillosas a mi alrededor todos los días. Pero si voy acelerada y no estoy en una determinada «frecuencia» no seré capaz de percibirlas. Quiero estar atenta de manera consciente.
Espero que nunca pase, pero si algún día soy yo la que me pierdo, me gustaría que lo que quede de mí sea amable, y que lo que salga de mi boca cuando yo ya no esté en mi cuerpo, sea «Gracias bonica, eres un sol».

Me ha emocionado mucho la historia de esa mujer, y sobre todo que nos la hayas contado; y estoy contigo en lo de la bondad de los cuidadores de los mayores.
Simplemente, creo que escribes muy bien, y eso es porque considero que eres una persona muy sensible.
Gracias por tu amabilidad,
Machús, ¡qué cariñosa eres conmigo!
Muchas gracias por tu comentario y por seguirme y leerme y disfrutar con lo que hago. Me encanta que estés ahí.
Un abrazo,
Cristina
Totalmente emocionada. Gracias.
Lola, ¡gracias a ti!
Me alegro mucho de que te haya gustado, yo sigo emocionándome y me acuerdo mucho de esa mujer.
Gracias por dejarme el comentario, me anima mucho ver que os llega y que os gusta lo que escribo,
Un abrazo,
Cristina
Cristina, una gran reflexión sobre la vida y las personas. Gracias por compartirlo.
Besos.
Joana,
¡Gracias por leerme! Es genial que estés ahí y me encanta que te haya gustado,
Besos a todos,
Cristina
Gracias por compartir lo que te quedo de tu experencia.
Ojala hubiera mas gente sensible como tu.
Me encanta seguirte!!!
Besos
Mila
Hola Mila,
Muchas gracias por tu comentario. Tú también eres sensible porque eres capaz de apreciarlo, me alegro de que te haya gustado el artículo, y gracias por seguirme!!
un abrazo muy fuerte,
Cristina
Inspiradora historia, nos recuerda la importancia de disfrutar el día a día manteniendo el enfoque en el presente,
Gracias por compartir esa bonita experiencia.
Saludos!!
Hola Yelitza,
¡Qué nombre tan bonito!
Gracias por tu comentario, me alegro que te haya gustado e inspirado el artículo.
Recibir vuestros comentarios es un momento de gran alegría para mí, porque veo que lo que escribo os llega y os gusta.
Un abrazo,
Cristina
Escribes como los cielos, me ha encantado la historia y estoy completamente de acuerdo contigo. Esa mujer tal vez no fue perfecta cuando estuvo en su plenitud, pero esta claro que ha aprendido que mas vale vivir con una sonrisa que amargada por la situación. Y sobre todo la cuidadora…me parece una gran labor en serio…quieras o no estas personas son mucho mas propensas a las depresiones y al estrés…por ejemplo yo tengo una amiga cuya abuela tiene alzheimer y casi nunca la reconoce y la hecha de casa e incluso le ha llegado a escupir…al final ella ha acabado odiándola…desea su muerte de verdad, me lo dijo entre lágrimas y yo no se que decirle…Hermoso post ????
Hola Isabel,
Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya gustado.
Es dífícil saber qué decir en esos casos, la persona que conocimos ya no está con nosotros aunque su cuerpo sí que esté. Es una de las situaciones más difíciles para el ser humano, a mí me da pavor. No sé cómo reaccionaré ni cómo lo llevaré si algún día le pasa a alguno de mis seres queridos. Escuché en una película creo, que le preguntaban a alguien que estaba cuidando de un familiar con Alzheimer que porqué seguía visitándole y cuidándole si él ya no le reconocía ni sabía quien era. Y el que le cuidaba le respondía: «Quizá él ya no sabe quién es ni quien soy yo, PERO YO SÍ QUE ME ACUERDO DE QUIÉN ES ÉL, y por eso le cuido». Supongo que recordar los buenos momentos y concentrarnos en lo bueno es lo que nos puede dar fuerza para seguir en un caso así.
Un saludo y gracias otra vez por compartirlo aquí,
Cristina
Hola Cristina,
Cómo yo te conozco muchos años y sé cómo eres, tengo que decirte que precisamente tu eres una de las personas más generosas que conozco. Siempre estás dispuesta a ayudar, a colaborar a alegrar a otros y lo haces con una sonrisa en la cara.
Te admiro. Eres bella por dentro y por fuera.
Un beso.
Malala
Querida Malala, qué suerte tenerte amiga! Muchísimas gracias por tu comentario, me has emocionado.
Quien me iba a decir cuando escribí este post hace unos años que iba a vivir algo parecido tan de cerca. Tan duro, tan triste, y sólo podemos acompañar y consolar. Es la enfermedad maldita. Ninguna es buena, pero esta es devastadora.
Y sin embargo ha sacado de mí una paciencia y una ternura, que ni sabía que tenía. La quiero con toda mi alma y aunque ella se olvide, yo no olvidaré,
Gracias Bella por entenderme, por ser mi amiga y por estar siempre ahí,
Cristina
Mi querida amiga.
Creo que no te lo he dicho en tantos años de amistad y, como nunca es tarde, te lo digo ahora: eres mi persona vitamina. No sé cómo pero «de repente te encuentro» y pones orden en mi vida, me haces parar y reflexionar y valorar y priorizar… GRACIAS por compartir experiencias tan enriquecedoras, ¡estaré atenta! Beso.
Querida Silvi,
cuánto me alegro de que te sirvan estas pequeñas reflexiones, mil gracias por tu amistad siempre y también por tu valentía, tú me has ayudado muchísimo a darme cuenta de muchas cosas y a convertirme en mejor persona, ¡somos vitaminas mútuas!
Un abrazo super fuerte, qué suerte de tenernos!
Cristina